Persecución de la iglesia católica en los primeros años del régimen de Pinochet

Aunque la iglesia mantuvo una relación cordial con el gobierno de Salvador Allende la verdad es que nunca hubo un verdadero entusiasmo por el proyecto de la unidad popular. Por eso quizás no extrañe mucho que las primeras reacciones de la cúpula de la iglesia al golpe de 1973 hayan sido mayoritariamente buenas. 

Algunos Obispos ofrecieron sus anillos conságrales para la reconstrucción del país, mientras que oficialmente la institución declararía: “Se valora el sacrificio y el esfuerzo que hacen quienes nos gobiernan por unir a los chilenos y por levantar al país de la postración en que lo dejo sumido el marxismo-leninismo ” (Arzobispado de Santiago, La revista católica, Santiago, 1973, p 267).

Sin embargo la iglesia se dividiría profundamente por lo menos los primeros años del régimen. Por una parte estaban los eclesiásticos que veían el pronunciamiento militar como una oportunidad de volver a los valores afectados por el ateísmo-socialista. Eran lógicamente los más cercanos a la elite y reaccionarios por años a la agenda social de la iglesia. Por lo contrario que se puede pensar fueron una minoría y a medida que el régimen se atornillaba en el poder esta posición fue perdiendo fuerza. 

La lógica contraria, por su parte , era la llamada “nueva iglesia social” que se entonaba en una posición más reaccionaria y rural. Sacerdotes obreros que vivían en la pobreza, que trabajaban como un chileno más y que no tenían asco en participar en política. Hijos del Rerum novarum y la noción social de la iglesia. Esos fueron los sacerdotes que una vez instaurado el régimen fueron perseguidos, arrestados o martirizados. 

Entre dichas víctimas estaba al sacerdote catalán Joan Alsina Hurtos: cura obrero, miembro del MIR , dirigente sindical y Jefe de Personal en el Hospital San Juan de Dios. Un hombre que se había entregado desde muy temprana edad a los más necesitados, con el deseo de misionar y ayudar al prójimo, “Siento que Dios me llama para ir a misiones y quiero prepárame bien” (Miguel Jordá. Martirologio de la iglesia chilena: Juan Alsina y sacerdotes víctimas del terrorismo de Estado. Editorial Lom, Santiago, 2001, p. 7). 

Su arresto se efectuó durante los primeros días del régimen y posteriormente se le ejecuto cruelmente sin juicio alguno. “Fue detenido en los subterráneos del Hospital por efectivos del Regimiento Yungay de San Felipe. Luego fue llevado al patio del Hospital donde permanece largo rato. Conducido al Instituto Diego Barros Arana y luego al Río Mapocho donde es ejecutado el mismo día. El día 27 es encontrado su cuerpo en el Instituto Médico Legal; es sepultado al día siguiente en el Cementerio Parroquial de San Bernardo. El certificado de defunción consigna como lugar de la muerte el puente Bulnes sobre el río Mapocho, e indica como causa de la misma :" múltiples heridas de bala" y " lesiones apergaminadas en la cara". (Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. Santiago. Edición Oficial. 1991. p 131). 

Su asesinato trajo consigo que su amigo y también sacerdote catalán Miguel Jordá viajara especialmente a Chile para comenzar una investigación meticulosa de los últimos días del fallecido sacerdote español y esclarecer la verdad sobre su muerte . 

Su investigación dio prontos resultados, encontrando al batallón (Regimiento Yungay de San Felipe) y al asesino de su amigo: el cabo Nelson Bañados de tan solo 18 años. 

En una entrevista personal que mantuvo el sacerdote español con el ex cabo Bañados, esté le contaría que a los pocos días de sucedidos los hechos se había retirado de la institución, que no había podido dormir ni un solo día desde que le dio muerte a Joan y que padecía una depresión severa. 

El joven relataría con estas palabras lo sucedido ese fatídico día: “Salimos del Barros Arana en jeep. Mi capitán (coronel mayor Mario Caraves) conducía y yo iba atrás con Juan. Juan iba esposado y muy pensativo. No me dijo ni una palabra durante el trayecto ni me dio ningún trabajo cuidarlo. Iba calladito nomás. Él sabía que lo íbamos a matar porque en el Barros Arana se lo habíamos comunicado. Al llegar al puente Bulnes, mi capitán frenó, y yo, como lo hacía con cada uno de los que fusilaba, me bajé, saqué a Juan del furgón y fui a vendarle los ojos, pero Juan me dijo: "Por favor no me pongas la venda, mátame de frente porque quiero verte para darte el perdón". Fue muy rápido. Recuerdo que levantó su mirada al cielo, hizo un gesto con las manos, las puso sobre su corazón y movió los labios como si estuviera rezando y dijo: "Padre, perdónalos..." Yo le disparé la ráfaga y cayó al tiro. Quería dispararle con la pistola pero lo hice con la metralleta para que fuera más rápido. El impacto fue tan fuerte que volteó su cuerpo y prácticamente cayó solo al Mapocho, yo tuve que darle un empujoncito nomás. Otros, a veces, caían al piso del puente y había que levantarlos y echarlos al río. Eran las diez de la noche y de este fusilamiento no me voy a olvidar nunca jamás” (Miguel Jordá. Martirologio de la iglesia chilena: Juan Alsina y sacerdotes víctimas del terrorismo de Estado. Editorial Lom, Santiago, 2001, p. 18.)

Al terminar su relato el ex conscripto, entre lágrimas, le suplicaría al sacerdote el perdón y aunque esté le daría la absolución, la culpa pudo más con él: se suicido pocas semanas después de aquel encuentro. 

Como Joan Alsina tres sacerdotes serían asesinados en los primeros años de la dictadura (Miguel Woodward, Antonio Llidó y Gerardo Poblete). A esta lamentable lista se le sumara años más tarde el sacerdote francés André Jarlán muerto en la población la Victoria, en 1984, victima de  una "bala loca" disparada por un uniformado.

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